Cadena de favores se desarrolla en el estado de Kansas, en Estados Unidos. ¿Por qué ese estado? Porque cuando buscaba un lugar donde desarrollar mi historia descubrí que la historia de Kansas reunía todo lo que necesitaba para mi historia: Grandes llanuras, el éxodo de las tribus indias hacia las reservas, la caza indiscriminada de los bisontes, ganaderos contra granjeros y una ciudad crucial para mis personajes: Dodge City.
Fue y sigue siendo la imagen del Oeste americano. De hecho se ha convertido en la actualidad en un lugar de peregrinación para todo aquel que sienta nostalgia por lo que fue el espíritu intrépido del lejano Oeste. Gracia a la atracción que sigue ejerciendo la ciudad, encontré mucho material: fotos de lugares que todavía existen, incluso algunos blog con la letra de canciones de entonces.
Al principio Dodge City no fue más que un fuerte, el fuerte Dodge, que protegía a los colonos que se atrevían a adentrarse en tierras salvajes. La llegada del ferrocarril atrajo muchos buscavidas, cazadores, tramperos, pistoleros y señoritas de vida alegre. Enseguida se la tachó de lugar de perdición por su violencia y sus saloons pero también fue una ciudad prospera por el ferrocarril.
Para limpiar la imagen de la ciudad, se creó una comisión ciudadana que eligió al comisario Charles Basset y este contrató a hombres capaces de reducir al más atrevido. Entre ellos se encontraba la mítica figura de Wyatt Earp, conocido por luchar contra la violencia con la misma violencia. Finalmente Dodge City se convirtió en una ciudad respetable. Durante una década fue conocida por ser un lugar de paso donde más de cinco millones de cabezas de ganado fueron transportadas hacia las ciudades del norte.
En la novela, he paseado a Sam y Emily por los lugares que aparecen en las fotos, como el saloon Long Branch, la armería Zimmerman, el Great Western Hotel o sencillamente por sus calles.
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Cuando escribo no suelo poner un rostro real a mis personajes, son más bien rasgos generales que se van perfilando según avanza la historia, pero cuando vi la serie de televisión Infierno sobre ruedas pensé que eran ellos, y eso que ya había escrito la novela. Anson Mount y Dominique McElligott son perfectos. Él representa al hombre solitario y herido por su pasado que es Sam y ella tiene esa expresión frágil y a la vez tenaz de Emily.
Sam: ¿Tengo que hablar de mí? Pues soy Sam y punto. Mi pasado es demasiado doloroso o violento, según se mire, para sacarlo a relucir en este momento. Llevo catorce años sobreviviendo solo, he sido de todo y no me siento muy orgulloso de lo que he hecho. No tengo a nadie ni lo necesito. Mi única familia es Rufián, un caballo goloso y temperamental. Me escucha sin interrumpirme y para mi es suficiente.
Ahora quiero buscar un lugar donde asentarme y criar caballos. Pero mi deambular se ha visto interrumpido por una mujer de aspecto frágil. Parece un gamo asustadizo punto de salir corriendo. Y su hijo se parece tanto a ella. No quiero que una debilidad interrumpa mi viaje... sin embargo algo me impide dejarles a su suerte.
Maldita sea, ella me tiene miedo. ¿Entonces por qué me mira como si yo fuera su salvación cuando yo soy incapaz de salvarme a mí mismo?
Emily: Siempre he pensado que mi padre habría preferido un hijo, tal vez por eso nunca me prestó mucha atención. Mi madre sentía que le había fallado al no darle el varón tan deseado ya que no pudo tener más hijos. Mi madre falleció y mi soledad se acentuó. Crecí rodeada de hombres que no se atrevían a acercarse a mí por temor a la reacción de mi padre. Cuando Gregory apareció en mi vida, estaba sedienta de afecto y me dejé encandilar por sus palabras engañosas. Me casé a los dieciocho años... y mi matrimonio fue un infierno.
Estoy asustada, el miedo me paraliza. Mi marido ha desaparecido dejándome al frente de un rancho endeudado, mi vecino codicia mis tierras y mi única salvación es llevar mi ganado a Dodge City. Todos me dicen que es una locura, pero no tengo otra elección si no quiero perder el hogar de mi hijo. Solo cuento con la ayuda de tres hombres: Un anciano cojo, mi amigo Nube Gris y Douglas. Tal vez no lo consiga porque nadie cree en mí. Me aseguran que nadie negociará con una mujer.
Hoy he conocido a un hombre que sin duda no teme a nadie ni a nada... Me asusta solo con mirarle a los ojos. Lleva la palabra peligro grabada en el rostro. Lo que no entiendo es ¿por qué me ha ayudado en el Almacén de los Schmidt?
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Cody: tengo nueve años y me dan miedo los desconocidos. Nadie sabe dónde está mi padre. No le echo de menos... ¿Está mal que lo diga? Pero es verdad. Sin embargo el día que conocí a Sam, no tuve miedo, porque a pesar de tener un poco de mal genio, me hizo un regalo que me sorprendió. Es un pistolero. He visto sus colts... Tal vez un hombre tan fuerte como él sea lo que necesitamos para salvar nuestro rancho.
Nube Gris: Soy un indio, aunque he vivido más tiempo entre blancos que entre los míos. Eso hace que no pertenezca a ninguna parte porque para los blancos siempre seré un indio y para los indios soy un paria.
Emily es mi única familia y en estos momentos su futuro no puede ser más preocupante. Ojalá pudiera hacer más por ella, porque ha sufrido mucho y se merece algo mejor.
Kirk: Tengo demasiados años para estar montando a caballo todo el día y mi cojera no ayuda mucho. Sin embargo no puedo dejar sola a Emily. Esa muchacha no sabe dónde se va a meter con esa idea de llevar el ganado a Dodge City. En fin, no soy gran cosa, pero estoy dispuesto a todo por ella.
Douglas: No llevo mucho tiempo trabajando en el rancho Coleman. Debería haberme ido cuando la señora Coleman anunció a los vaqueros que no podía pagarles, pero sé que tengo que quedarme y velar por ella...
Sam llevaba tanto tiempo esperando que Emily bajara de su habitación que apenas si lograba mantenerse quieto. Las miradas de Lorelei al bajar unos minutos antes no hicieron nada por calmarle. Al oír unos pasos en las escaleras, se puso en pie de un salto y fue a ver quién era. Nada más alzar la vista, se quedó congelado.
La mujer que apoyaba un pie tras otro sobre cada escalón con la gracia de un cisne que se desliza por el agua lo dejó sin palabras. Su Emily seguía siendo la misma de siempre, aunque algo en ella había cambiado y la hacía aún más deseable. No era el vestido de raso azulado, ni el peinado que alzaba el cabello en una cascada de bucles sueltos. Eran los ojos de una mujer segura de sí misma que lo miraba como si tuviese un cometido.
Sonrió y se sintió como un bruto con sus cartucheras colgadas de las caderas, porque en ese momento habría deseado ser un caballero elegante, de los que regalaban flores a las damas y las hacían girar sobre una pista de baile iluminada por centenares de velas que realzaran la belleza de su pareja. En ese momento deseó ser otro hombre, alguien que pudiera darle un futuro a Emily.