Abby
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Nathan
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Ella: Victoria Justice
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Él: Rodrigo Guirao
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No suelo inspirarme en nadie real a la hora de definir a mis personajes, pero si tengo que elegir entre rostros conocidos para que os hagáis una idea de cómo son, estos serían Victoria Justice y Rodrigo Guirao, un actor argentino al que no conocía hasta ahora, y que se parece increíblemente a mi imagen del protagonista.
Abby: ¡Hola! Soy Abby, y aunque mi vida no ha sido lo que se dice normal, creo que he sido completamente feliz al lado de mi madre. Es cierto que odiaba tener que mudarme cada pocos meses, no conservar amigos y no poder hacer las cosas normales que suelen hacer las chicas de mi edad. Pero mi madre era la persona más divertida que podríais imaginar y, ahora que ya no está, echo mucho de menos mi antigua vida junto a ella. Éramos como «Thelma y Louise», o eso decía.
Ahora vivo en Lotswick; no está mal. Mi padre parece un buen tipo y estoy haciendo nuevos amigos. Empiezo a tener esa vida que deseaba de pequeña.
La única sombra en mi nuevo mundo se llama Nathan. Vale, es muy guapo, y mis hormonas revolucionadas reaccionan cada vez que me mira o esboza esa sonrisa torcida que le hace parecer un peligroso demonio; pero eso no impide que quiera atizarle en plena cara cada vez que abre la boca. ¡Es odioso!
Nathan: ¡Lostwick es un asco! Lo sé, vivo aquí desde siempre, y si estás marcado como lo estoy yo, puede convertirse en una auténtica pesadilla. Todos creen que soy como mi padre, y tienen razón, soy igual que él. El problema es que ellos no tienen idea de lo que paso aquella noche, de lo que ocurrió de verdad, y que él nunca hizo las cosas que dicen.
Por eso voy a marcharme en cuanto acabe el instituto. Soy muy bueno jugando al billar y he conseguido suficiente pasta como para largarme a estudiar a California. Así podré perder de vista a esa niñata, Abby Blackwell. Es guapa y todo eso, y algo dentro de mí se agita cada vez que la tengo cerca y escucho su voz. Pero es una de ellos, motivo más que suficiente para odiarla con todas mis fuerzas.
—¿Y quién es ése? —preguntó a Diandra.
Esta siguió la mirada de Abby y su expresión risueña se transformó en una máscara que no dejaba entrever ninguna emoción.
—Nathan Hale —respondió, y clavó sus ojos escrutadores en el rostro de Abby—. Conozco esa mirada.
—¿Qué mirada? —Se ruborizó hasta las orejas.
—Esa que dice: «¿De verdad es tan guapo o solo estoy alucinando?» —respondió. Abby se sonrojó todavía más. Diandra continuó—: No dejes que su cara de ángel te engañe.
—No me parece un ángel —dijo Abby casi sin pensar. Al contrario, ese chico encendía todos sus avisos de peligro.
De pronto sus ojos se encontraron con los de él y el tiempo se detuvo. Eran inaccesibles, acerados y fríos, tan negros que parecían un abismo a punto de tragárselo todo. Él esbozó una sonrisa lenta, burlona, demasiado maliciosa como para no tenerla en cuenta. Entonces, cogió la capucha de su chaqueta y se cubrió la cabeza, ocultando su rostro a Abby.
—Me alegro, porque es tan guapo como peligroso, y es muy, muy guapo. Hazme caso, no te conviene relacionarte con él —le aconsejó Diandra.
—¿Por qué es peligroso? —preguntó sin dejar de observar al chico. Caminaba de una forma tan segura y descarada que era imposible no hacerlo.
Diandra también lo observó alejarse, pero de una forma muy diferente a como lo hacía Abby; su cuerpo, tenso por la ira, destilaba hostilidad.
—Donde haya un lío o una pelea, allí estará Nathan. Es chulo, es creído... un macarra —respondió taladrándolo con la mirada.
Una chica lo saludó desde la puerta y corrió hacia él, se le lanzó al cuello de un salto. Él no le devolvió el abrazo, pero tampoco la rechazó, y entró en el edificio con la chica abrazada a su cintura.
—¿Es su novia? —Abby no pudo reprimir la pregunta, a pesar de que estaba demostrando más interés del que debía, después de que Diandra hubiera dejado claro que Nathan no le caía nada bien.
—¡No, Nathan nunca ha salido en serio con nadie! —exclamó, poniendo los ojos en blanco—. Pero siempre tiene alguna «amiguita» a su alrededor deseosa de complacerlo. Confía en mí, no te acerques a Nathan. Además, él y Damien prácticamente se odian.
—¿Se odian? —preguntó, incrédula.
—Sí, por lo que es mejor que no tengan ningún motivo que los enfrente. La última vez no acabó muy bien, para ninguno de los dos.