Durante el mes de mayo la editorial Phoebe publicará «Más allá del velo», de Silvia Barbeito. Una historia paranormal con la que su creadora debuta en la novela romántica. Para hablar sobre esta historia y conocer mejor lo que podemos encontrar entre sus páginas hemos querido contar con su autora, que ha tenido a bien concedernos parte de su tiempo. Muchísimas gracias, Silvia, por tu colaboración y amabilidad.
Soy gallega y eso creo que explica muchas cosas, aunque quizá no sean las que la mayoría de la gente piensa. Tengo los pies en la tierra, pero la cabeza tan en las nubes que la mitad del tiempo me lo paso en mi propio planeta, donde hago muchísima más falta, que mis personajes me necesitan.
Soy caótica, desordenada, demasiado sincera para mi propio bien, irónica como manda mi genética y sarcástica cuando me paso. Mi vida es como la de todo el mundo, salvo que de vez en cuando me pierdo en mis historias y no levanto la cabeza del teclado hasta que alguien me recuerda que tengo que comer. O ir a trabajar. O dormir, aunque esto último no se me da nada bien.
Más allá del Velo es una historia de romance paranormal, basado en la mitología céltica. Tiene lugar en la época actual y está ambientada en un pequeño pueblo de Galicia, idéntico a miles que salpican nuestra geografía, rodeado de bosques y cerca del mar, con los típicos vecinos que consideran que cotillear es una labor social y una forma de pasar el rato, más que una manera de entrometerse en la vida de los demás.
Diana es sarcástica, independiente, con muy mal genio y las ideas muy claras. Tiene sus momentos de inseguridad, pero los sobrelleva sacando a pasear su mala lengua… y un par de litros de helado de chocolate regado con licor café.
Aidan es… es mucho más de lo que parece y no puedo contaros más sin destriparos la novela. Desde el primer momento se verá atraído por ese torbellino de pelo rojo sin saber muy bien por qué. Aunque a él siempre le han gustado las mujeres fáciles de llevar, exuberantes y complacientes, Diana va a poner su mundo de cabeza con sus salidas de tono, sus arranques de mal genio y su aspecto de duende.
Entre los secundarios tienen mucho peso tanto las amigas de Diana, Marta y Laura, como los amigos de Aidan, Roi y Niall.
Laura es una mujer guapísima, pero vive en su universo de datos y tecnología. Es fría, al menos en apariencia, muy controlada y lógica hasta la desesperación. Marta, en cambio, es todo lo contrario: dulce, cariñosa, sensible… y un poco cursi.
Roi parece escapado de otro siglo, caballeroso, rebuscado a la hora de hablar, siempre correcto y encantador. Niall es un tocapelotas. No tengo una forma más fina de describirlo. Le encanta fastidiar, picar a la gente y sacarla de quicio. Y es capaz de hacer cualquier cosa para divertirse un rato, aunque con eso ponga la vida de todo el mundo de cabeza.
Buf, no sé, me han pasado muchísimas cosas mientras escribía. Desde el momento en que, a mitad de la novela, decidí que no me gustaba el principio y me cargué ochenta páginas sin contemplaciones, pasando por el día en que me conté un chiste que no me sabía y la señora que estaba sentada a mi lado en la cafetería —sí, escribo en cafeterías. Hay ruido y a mí me hace falta— se cambió de mesa mientras me miraba como si necesitara mi medicación (bueno, probablemente la necesitaba).
Hubo momentos terroríficos, en que los dos personajes principales y sus respectivos amigos estaban reunidos en una habitación y se me iban de las manos de manera incontrolable, jugando a ver quién gritaba más alto; esos días borraba más de lo que escribía.
Hubo litros de café, toneladas de chocolatinas, kilos de cacahuetes, miles de madrugones —y trasnochadas épicas—, amigos que me prestaron su inteligencia emocional para salir de enredos de la trama y amigas que me mandaban a cenar cuando ya era muy tarde y no tenían noticias mías.
Vamos, lo normal…
Creo que es una historia que puede gustarle a las aficionadas al romance paranormal. O a la gente que disfrute con una cierta dosis de humor irónico, que siempre se me escapa en todo lo que escribo. O para quien quiera perderse en los preciosos bosques de mi tierra y vivir una aventura llena de magia. No sé, ¿para qué lee la gente? Para pasar el rato, soñar, suspirar, reír… Con suerte, encontrarán algo de eso en esta historia.
—Yo lo que sé es que… —La voz de Concha se interrumpió de forma tan brusca que incluso ella, que se esforzaba por no formar parte de la conversación, alzó la vista para mirarla. Y parpadeó confusa al encontrarse a la serena mujerona con los ojos abiertos como platos y dos brillantes manchas de un rojo carmesí adornando sus pálidas mejillas—. Madre del amor hermoso —dijo en un murmullo apenas audible—. Pues sí que va a ser buena cosa, sí —añadió en tono malicioso—. Diana, no te pierdas esto —ordenó con apremio.
Enarcó las cejas y se volvió para seguir la dirección de la mirada de Concha. Y se contagió al instante de la extraña enfermedad que había puesto color a sus mejillas y desorbitado sus ojos. Sin embargo, como presumía de ser mucho más mundana que la camarera, mantuvo una titánica lucha con sus hormonas para impedirles que desencajaran también su mandíbula… Sin ningún éxito.
Las muy desgraciadas consiguieron abrirle la boca, hacerle tragar saliva e incluso suspirar. Y todo eso mientras bailoteaban enloquecidas, daban palmas de pura alegría y rendían sacrificio pagano a los dioses de la fertilidad.
—Jo-der —murmuró.
—Yo no lo habría expresado mejor —replicó Concha con un suspiro reverente—. Me he muerto y he resucitado en un anuncio de Davidoff —añadió abanicándose con las dos manos, en un gesto más que exagerado.
—Concha, disimula un poquito, anda —ordenó entre dientes, aunque incapaz de seguir su propio consejo.
Y es que después de meses de sequía, sus alteradas y desaprovechadas hormonas no podían por menos que considerar como el dios de la lluvia, bajado de los cielos para complacerla, al tipo que estaba plantado en la puerta mirando a su alrededor con curiosidad mal disimulada.
Sin que su voluntad interviniera para nada en el proceso, sus ojos devoraron al recién llegado desde la raíz de sus espesos cabellos negros hasta la punta de sus desgastadas zapatillas deportivas, pasando por todos y cada uno de los mordisqueables planos de su cuerpo, y deteniéndose con especial avidez en los antebrazos morenos que la arrugada camiseta negra dejó al descubierto después de que él se deshiciera del tres cuartos de cuero. Que por cierto, le sentaba como un guante. O dos, incluso.
Casi había conseguido convencerse de que solo era un tío bueno más, uno de esos que se había jurado evitar por todos los medios después de sus dieciocho bien documentados fracasos sentimentales con tipos de esa clase, cuando él pareció decidir que el bar cumplía todas sus expectativas. Avanzó hasta tomar asiento en la barra, cerca de ella, y esbozó una amplia sonrisa.
Por supuesto, era una de esas sonrisas. Una de esas malditas sonrisas torcidas que parecían decir a gritos, «sí, nena, estoy tan de vuelta de todo que ya me he ido otra vez». Una de esas puñeteras sonrisas que la habían metido en más líos de los que era capaz de recordar. Y eso, más que ninguna otra cosa, le dio fuerza suficiente para mandar a sus hormonas a freír coquinas a Burkina Faso y volver a concentrarse en la lectura, pasando por completo del tío bueno y su sonrisa de mil vatios.
De nuevo gracias, Silvia, por colaborar con nosotras. Ha sido un placer realizar esta entrevista. Te deseamos mucho éxito con «Más allá del velo».
Románticas al Horizonte