Elsa Maqueda
|
Mario Torres
|
![]() |
![]() |
Ella: Stana Katic | Él: Nathan Fillion |
Bueno, Marta, terminó tu turno. Ahora me toca a mí presentarme sola. Soy Elsa Maqueda. Claro, supongo que mi nombre no es dice nada. Pero si os digo que soy el personaje principal de «Mentiras de hielo», quizá entonces me deis una oportunidad. No sé por dónde empezar. Soy psicóloga y, paradójicamente, algo excéntrica y maniática. Cualquiera esperaría de mí que sobrellevara las situaciones difíciles con más temple que el resto de los mortales, pero el asesinato del ex amante de mi madre y el reencuentro con Mario, me han descolocado por completo. ¡Ese hombre es como un grano en el culo... aunque uno muy atractivo!
Eh, alto ahí, loquera, un respeto. Perdonad la intromisión pero uno tiene su orgullo. Aunque, pensándolo bien, quizá no esté tan mal el sitio que has escogido para mí, preciosa. En efecto, soy Mario, como ya supondréis. No soy el típico protagonista masculino y, he de reconocer, que a veces eso pesa. ¿Por qué diablos las mujeres siempre quieren leer acerca de hombres duros, triunfadores y de personalidades controvertidas? ¿Qué pasa con los tíos sencillos, sinceros, amables y cariñosos? Yo soy de estos últimos. Si, además de estas cualidades, añadimos un cuerpo de escándalo y unas manos prodigiosas para la cocina, no creo que tenga nada que envidiar a los otros. Ahí lanzo ese debate. Con ello, no sólo os invito a que me conozcáis sino que os anticipo que, si no lo hacéis, jamás llegaréis a descubrir el secreto que oculto.
—Relájate. ¡¿Qué prisa tienes?! Te recuerdo que estás de vacaciones —protestó Mario, mientras se giraba hacia una pequeña cómoda donde guardaba la bebida.
«Temo abalanzarme sobre ti en cualquier momento», pensó, sin poder evitar fijarse en su culo. Caray, los vaqueros le sentaban insultantemente bien. Los había combinado con un moderno jersey de lana gris marengo, que hacía resaltar el verde de sus ojos. Debía admitir que le atraía más de lo que hubiera deseado.
Calculó que tendría treinta y pocos años y, al igual que le pasaba con David, se sorprendió de que un hombre tan atractivo, educado y económicamente bien posicionado, permaneciese todavía soltero. «¿Qué terrible defecto tienes, Mario?» Lamentablemente, concentrada en su trasero, no lograba ver ninguno.
Mario se acercó hacia ella, con la copa en la mano y sin quitarle los ojos de encima. Aquella mirada ardiente la incomodó e, inconscientemente, retrocedió dos pasos y retiró la suya.
—¿Todos los hombres te ponen tan nerviosa?
—No. Es sólo que... —las palabras se le atascaron—. Quiero decir... estoy cansada.
No pudo continuar, Mario había dejado las copas sobre la mesa y estaba junto a ella, de pie, imponente. Al menos le sacaba una cabeza. Le levantó la barbilla con el dedo, haciendo coincidir sus ojos. El corazón de Elsa se aceleró hasta casi alcanzar las cien pulsaciones por minuto.
—Entonces, será mejor que te marches —apostilló en un tono que a Elsa le fue imposible adivinar qué demonios estaba pasando por la cabeza de su anfitrión.
—Sí, supongo que será lo mejor —aceptó, algo desilusionada. «Serás tonta, ¿qué esperabas?»— Gracias por la cena, ha sido deliciosa.