Aime
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Stein
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En Pinceladas de azabache tenemos varios protagonistas dado que es la historia de una madre y una hija, con sus respectivos amores. Amores que les fueron negados por distintos motivos como la discriminación racial y social, los mandatos paternos y los prejuicios.
Aime, de origen indio, de ojos y cabellos negros despierta el amor de Stein, un joven de origen alemán, rubio y de ojos claros. Ellos desafiarán al mundo entero para vivir su gran amor negado.
Cuando la casa estuvo en silencio Lihuen fue al cuarto de Santiago. Él no leía, tenía la vista perdida en el techo. Lihuen cerró tras de sí y se acercó a la cama. Santiago la abrió y se acomodó contra la pared. Enseguida sintió el cuerpo frío pegado al suyo y los pies helados contra sus piernas.
-¿Por qué siempre traes los pies helados? -preguntó él ante la súbita incomodidad que sentía, la culpa lo atormentaba.
-Tengo mala circulación –dijo ella, tapándose.
-Hay algo para ti en el cajón de la mesita.
La joven lo abrió y sacó una tableta de chocolate amargo.
-¡Mi preferido! -expresó, emocionada, al tiempo que la sacaba del cajón–. Gracias.
Se sentó en la cama y abrió el paquete. Obsequió una barrita a Santiago y tomó otra para sí. Volvió a acostarse y ambos se deleitaron comiendo a la vez que charlaban. Los dos eran golosos y no cesaron hasta acabar con el paquete.
-Tienes chocolate en la cara –dijo él, riendo.
-Tú también –contestó, risueña.
-Quítamelo –pidió Santiago.
-¿Con qué? –preguntó ella-. Estás pegajoso y no hay nada mojado.
-Usa tu vasta imaginación –aguijoneó él, mirándola con sus ojos que siempre parecían reír.
Sin vergüenza, la jovencita se chupó los dedos índice y mayor y comenzó a pasarlos por el rostro de Santiago, que a cada contacto de sus dedos húmedos sentía un tirón en la entrepierna.
-¡Ahora estás peor! –bromeó Lihuen, para quien era un juego lo que estaba haciendo.
-Ya me vengaré –respondió él, incorporándose y poniéndola de espaldas en la cama–. Ya verás que no se juega conmigo –le dijo, a la vez que comenzaba a hacerle cosquillas en las axilas y en el estómago.
Lihuen empezó a reír sin poder contenerse y a retorcerse para quitárselo de encima.
-¡Cállate o nos descubrirán! –pidió Santiago, sin dejar de atormentarla con sus dedos juguetones.
Como ella no dejaba de carcajear y contorsionarse le sujetó los brazos por encima de la cabeza y la cubrió enteramente con su cuerpo, para sorpresa de la muchacha que de pronto advirtió la seriedad del asunto. Sin darle tiempo, Santiago atrapó su boca con sus labios y comenzó a besarla. Un torrente de sensaciones se descargó sobre Lihuen cuando sintió su boca dentro de la de Santiago y creyó morir al momento que su lengua ávida la acometió, hurgando en ella. La joven se abrió a él y sus lenguas se encontraron en una lucha desesperada y frenética. Lihuen transpiraba y sentía el calor de Santiago quemándole la piel. Él estaba ansioso y aún sujetaba sus brazos con su mano izquierda, mientras que con la derecha le acariciaba el rostro y el cuello.
-Suéltame -pidió ella en un ahogado suspiro.
Santiago notó que la estaba acalambrando y la liberó. Con las manos libres Lihuen se dedicó a recorrer los brazos y espalda del muchacho, mientras disfrutaba del hormigueo que sentía en la entrepierna, causado por la dureza de él. El joven abandonó su boca y empezó a lamerle de la cara los restos de chocolate, mientras ella reía nuevamente ante las cosquillas que su lengua generaba. Dio inicio así una guerra de lamidos en busca de chocolate que los llevó a revolcarse en la cama como dos niños. Jugando con fuego, terminaron quemándose. De pronto el frío del invierno se había esfumado y ambos sentían la piel ardiendo.